febrero 06, 2012

El Gato con botas


"¡Todo lo que necesito... son las botas!"
Las múltiples ocupaciones durante las recientes "vacaciones" me han tenido tan ocupado, y a eso agrego el tiempo invertido en juntar y cargar agua (crisis en Ica, ojo que el agua de las cisternas no la veo adecuadamente limpia para cocinar) y otras cosillas, suficiente distracción que, sin querer justificarme, impidió pubicar este post a tiempo.

Y vamos a lo nuestro, desde aquellos recuerdos más antiguos que he podido guardar,me veo usando botas, o al menos botines, y eso no debería llamar demasiado la atención, pues posiblemente también ustedes mis estimados lectores, su primer calzado habrán sido esos botincitos de lana tejidos por sus madres, tías, abuelitas o comprados en una sección de bebés en un bazar o tienda. Y si es padre o madre de familia es probable que guarde algunos de recuerdo, no, no de los suyos, si no de uno de sus engreídos.
Los primeros zapatos de verdad, posiblemente fueron de esos botines "formadores" con arco en la planta para asegurar que se "forme" (de ahí el nombre) la curvatura adecuada en la planta correspondiente a cada pie, no quiero imaginarme que se formaría si hubiésemos usado los zapatos al revés. Y estos botines no serían nada extraños en un niño con un familiar trabajando en una de las zapaterías más conocidas de aquellos tiempos.


Cuando llegué al colegio, lo que en aquellos años se llamaba "Transición" (que hoy corresponde al primer grado de primaria) ya conocía el cuento de C. Perrault "El gato con botas" (que no voy a criticar en esta ocasión pero pueden leer al respecto en Wikipedia), simpático y astuto personaje que convirtió a su dueño, el desafortunado hijo de un molinero en el dichoso, atractivo y afortunado "Marqués de Carabás". Y también por ese tiempo estuvieron de moda unos botines "Explorador" que poseían la característica de tener en alto relieve las huellitas de 10 o 12 animales y sus respectivos nombres.
Otra cosa común de aquellos días, es que al ser el más pequeño del salón, cosa común en mis varios años de colegial, resultaba una atractiva víctima para los compañeros más "valientes" (un forma suave de bulling, pero bulling) y, esto es conjetura personal, en mi propia defensa acudía a todo lo que pudiera alcanzar, lo que me ganó entre otros apodos "muerdemano", pero esa es otra historia.
Es muy seguro que haya usado las uñas en legítima defensa personal, cosa nada difícil para quien no tiene la ventaja de la fuerza, arañazos que resultaban fácil relacionar con un gato, y si ese supuesto "gato" estaba con botines de forma más fácil me gané el apodo de "gato con botas" que en poco tiempo se disminuyo a sencillamente "gato" o "gatito" (por la baja estatura), aunque cada cierto tiempo alguien recordaba el sobrenombre completo, sobre todo después de un enfrentamiento fsssssssssssst.
Lamentablemente (dependiendo de cómo se mire) siendo el hermano mayor, marqué lo que sería el sobrenombre de mis hermanos menores, y cuando al debido tiempo llegaron a las aulas sencillamente se convirtieron en "gatitos".

El año pasado que pude contactar con tres compañeros de la primaria, era evidente que no olvidamos esos apodos que queramos o no, nos identificarán entre nosotros por el resto de nuestras vidas. Claro que en aquellos años no imaginaba que ese gato se convertiría en alguien tan admirado (me refiero al de las películas ;-).

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