Cuando llegué a Huancavelica por vez primera el pasado 12 de octubre, a pesar de la brevedad de la estadía (17 horas), hallé un lugar con el que podía identificar de alguna manera mis raices.
Años antes estuve en Aurahuá, entrando por Chincha, y ahora volvía a ver los grandes cerros cubiertos de vegetación, el clima frío a la sombra, cáluroso en donde te da el sol y las frias aguas que emana de entre las rocas.
Huancavelica está a mayor altitud que Aurahuá, a los foráneos se les podría identificar por la respiración jadeante lugo de subir un buen tramo de calles o las escaleras del hotel.
El pasado lunes, volví a Huancavelica, llegué cuando el cielo estaba sin sol, pero claro, la lluvia corría entre las rocas y por la humedad estas parecían vivas, respirando, resoplando.
Llegué poco antes de las ocho debido a dos interrupciones en el camino, a las ocho y media debía iniciar la capacitación de Drupal a los usuarios líderes del portal de la Dirección Regional de Agricultura, e iniciamos con unos minutos de retraso (buenos peruanos) con el rugir del río como fondo.
El río Ichu (que alimenta al río Mantaro) divide la ciudad, o la une, la parte que cruza cerca al centro de la ciudad está adornada con modestia, lamentablemente, allí desembocan las aguas de desecho, tanto del drénaje de las calles (para las lluvias), como el drenaje de los desagües.
Rodeada de enormes moles de roca, vestidos de verde, son una buena caja de resonancia para los truenos, si les gusta la lluvia y el granizo, y van con la debida indumentaria, de seguro disfrutarán de la modesta ciudad.
Si está entre las ciudades más pobres del Perú, compensa su riqueza con su abundancia de agua, piletas, cascadas, y un paisaje natural que inspira admiración
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